Decidir es la capacidad de escoger entre varias alternativas. Cuando nos encontramos ante la necesidad de tomar una decisión, solemos recurrir a un proceso que, con mayor o menor rapidez, se descompone en las siguientes fases: enumeración de alternativas, evaluación de alternativas, decisión provisional, validación y ajuste de la decisión, ejecución y compromiso con la ejecución. ¿Siempre es así? No. Esa sería la toma de decisiones racional pero frecuentemente las circunstancias nos obligan a decisiones mucho más intuitivas… Una toma de decisión intuitiva es aquella que, al no disponer de mucha información (y de tiempo), se “salta” el proceso racional y se deja guiar por percepciones difícilmente explicables utilizando la lógica. Hablamos de…. ¡emociones! Como en el amor. Muchas veces, como consumidores, son nuestras emociones las que nos empujan a enamorarnos de un producto, de su packaging, de su marca o de su publicidad.

Se suele decir que no hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión, y no podemos estar más de acuerdo. También sabemos -y, dicho sea de paso, hemos vivido en nuestras propias carnes- que a menudo lo que enamora está bastante alejado del físico, pero debemos reconocer que, si tachamos a alguien porque no nos entra por la vista, será muy difícil hacernos cambiar de opinión. Por lo tanto, ojo a la imagen de producto: del mismo modo que nuestro aspecto dice muchas cosas de nosotros sin necesidad de que abramos la boca, la apariencia del producto o de la empresa creará en la mente del cliente una imagen mental contra la que será difícil luchar. O sea si nuestra empresa vende productos que deben comunicarse por sí solos con el posible cliente desde el lineal de un supermercado o desde el escaparate de una tienda, toda la primera impresión debe estar delegada en el envase: ¿llama suficientemente la atención?, ¿sería el cliente potencial capaz de saber qué contiene en menos de un segundo?, ¿parece lo suficientemente atractivo?, ¿comunica los beneficios principales del producto de forma clara o espera del posible cliente un esfuerzo demasiado grande que a lo mejor no está dispuesto a hacer en un primer encuentro?

Una empresa debe estar siempre preparada para una primera cita, porque nunca se sabe cuándo va a ser. El imaginario popular recoge que las abuelas siempre aconsejan que hay que llevar ropa interior limpia por si acaso uno tiene un accidente y va al médico, dicho que más de uno hace suyo cuando no sabe si una noche su ropa va a terminar a los pies de una cama ajena. Bien, permítannos hacer de abuelas y decirles que su empresa no solo debe llevar siempre la ropa interior limpia por lo que pueda suceder sino también los zapatos lustrados y la mejor sonrisa. De esa forma, te será mucho más fácil encender la pasión de tu cliente potencial…

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Nota: hemos estado a punto de titular el post “Light my fire”, pero al final hemos optado por el título en castellano, porque no sabemos cuántos de vosotros sois seguidores de The Doors… 🙂